domingo, 13 de noviembre de 2011

UNA NUEVA ETAPA: LA REVOLUCIÓN ÍNTIMA



Camilo Vallejo Giraldo
@CamiloVallejoG

Pensándolo bien, a estas alturas prefiero que los manizaleños empecemos a leer “¡Ay, mi Manizales!” de Jorge Enrique Pava Quiceno (publicada el pasado 11 de noviembre en La Patria) y vayamos así saliendo del sonado “Ay Manizales del agua” de Héctor Abad Faciolince. En este momento la primera es más oportuna; hiere mucho más a quienes hoy dicen sentirse indignados  por las circunstancias.

Para los manizaleños, los que han salido a la calle, que han alumbrado con velas la noche, que han arengado sus dolores, que han optado por ponerle nombres propios a la tragedia, la columna de Héctor Abad resulta obsoleta, tan débil como punzarnos con un alfiler sobre una quemadura. En parte ya se despertó, se reconocieron nuestras indiferencias pasadas, se aceptaron los errores como sociedad adormilada y se acordó dejar de resguardarnos detrás de la nefasta palabra “civismo”, que más bien sirvió como modelo para neutralizar las posiciones políticas que nos incomodaban. En últimas, las líneas de Abad no son más que la etapa de despabilamiento que la mayoría hemos pasado, algunos con mayor resistencia que otros, aunque pocos ni siquiera hayan tenido aún la intención de hacerlo.

La columna de Pava Quiceno, por su parte, es la encarnación de la nueva etapa que debemos sobrepasar. Es más dolorosa e incómoda, cierto, y lo es porque es como mirarnos al espejo, como mirar el video de nuestra vida lejana. Nos recuerda las veces en que tratamos de “resentidos” y de “enemigos” a quienes por todos los medios nos intentaban mostrar que andábamos dormidos con la soga al cuello. Es una foto nuestra que pone en evidencia las veces en que desacreditamos la crítica dizque por “destructiva”, en una petición tonta de propuestas, exigiendo que el crítico se erigiera por sí mismo como líder propositivo para así poder negar que la iniciativa y la creatividad nos pertenecía a todos. Es la imagen de un espíritu que nos habitó durante décadas, que tomaba todo señalamiento como irrespetuoso e inoportuno y que asumía un solo esquema de disenso: el que se hace por unas supuestas vías legítimas que se creen únicas, para así descalificar y deslegitimar las posiciones políticas que se encarrilan por vías diferentes

El punto es que Pava, bien como caricatura o como hipérbole, es un reflejo de lo que somos, o al menos de lo que fuimos antes de que decidiéramos creerle a la creatividad política propia y a los eventos que de ella resultaron. Hablando y pensando como Pava se nos pasaron tanto los bernardojaramillos y los jorgeenriquerobledos, que tuvieron que salir y llevarse sus mensajes hasta tierras con oídos dispuestos a oír, así como los orlandosierras y los flaviorestrepos, que debieron morir por las balas o por el exilio. Hablando y pensando como Pava justificamos una sociedad política en la que cada quien dejó de actuar por miedo u oportunismo. Digamos que hablando y pensando como Pava llegamos hasta aquí.

Esta nueva etapa que invito a que pasemos, se supera leyendo y releyendo esas líneas de Pava, mirándolas como se miran las fotos de esa infancia de atuendos horrorosos y peinados infames, repasarlas como se repasan aquellos escritos inocentes y equívocos que construimos cuando apenas nos arrojábamos a la literatura. Esta segunda etapa se trata de identificar, señalar y arrepentirnos por el Pava Quiceno que vivió en nosotros durante tanto tiempo; jamás habrá mejor momento para hacerlo que ahora, preciso cuando la gran mayoría estamos del otro lado del papel, cuando es a nosotros, no a los que solíamos señalar, a quienes se les trata de resentidos, de enemigos del desarrollo, de profanos del civismo, de calumniadores de los gobernantes.

Hay que gritar, saltar, demoler este hotel, mientras leemos a Pava; todo con la firme convicción de jamás volver a ser así, jamás repetir los errores, jamás justificar con amable retórica nuestras perversiones. Sin dejar de leer cómo Pava Quiceno deslegitima nuestra pretensión de construir un nuevo modelo político en Manizales, debemos comprender que esta transformación no sólo abarca señalar y derrumbar a los corruptos, también tiene que ver con un cambio individual, interno y reflexivo, que obliga a cada uno a reconocer algo de culpabilidad y a revisar si los lugares de privilegio que hemos alcanzado a nivel personal, se han conseguido por la omisión o el disfrute que hemos practicado frente a la misma política corrupta de la que hoy nos avergonzamos.

Esta nueva etapa no se trata de alumbrar la ciudad en general, se trata de alumbrarnos también por dentro. Se trata de que cada uno se observe y cambie al tiempo que cambiamos la ciudad. Se trata de no temerle a expresar criterios autónomos, desinteresados frente a los provechos que se podrían sacar de la política corrupta. Se trata de renunciar a las comodidades y tentaciones del clientelismo. Se trata de no creer que el único cambio es el de los políticos y los gobernantes, pues es también el propio, el cambio de visión, de voluntad y de proyección política. Se trata de mirar la columna de Pava Quiceno como una foto nuestra de una época que no volverá, como una foto que no quemaremos sino que guardaremos en un baúl recóndito, para así sacarla de vez en vez y recordar con ello el esperpento que alguna vez fuimos.

Porque fuimos un Pava Quiceno, pero nuestra revolución más íntima es que no volverá a pasar.



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