miércoles, 9 de noviembre de 2011

La rabia imaginada


De Sebastián Valencia @sebastianvq

Una ciudad sin agua durante más de 10 días que no dudó en juzgar a su Alcalde como el máximo responsable. Unas elecciones en plena crisis cómo la oportunidad para castigar a los políticos que causaron la tragedia. Miles de personas sometidas a la indignidad de casi mendigar el agua, cambiar bruscamente sus rutinas y poner en riesgo su salud. En fin, una ciudad al borde del abismo, o mejor dicho, a punto del derrumbe. El escenario perfecto para que algo pasara. Y luego, la muerte se apoderó de la ciudad y ésta se enfrentó al dolor de una tragedia que tal vez no se olvidará.

La ciudad reaccionó de muchas maneras. Eso era de esperarse. Ciudad fragmentada entre ricos y pobres, entre pinchados y humildes, entre buenos y malos (así se intentan dividir nuestros políticos), entre solidarios y escépticos.

Por un lado, los gremios, los representantes de las industrias llamando al civismo. Un civismo que interpretan como la obligación de no quejarse: ustedes los ciudadanos agradezcan que siempre han tenido agua, no critiquen y hagan algo. Usted amigo, si no tiene propuesta, mejor no opine. Un civismo que siempre grita que hay rodear a las autoridades en las malas, aunque estas autoridades prefieran vivir sin que nadie los mire, se les acerque, los indague.

En la mitad, la mayoría de ciudadanos entregados a la voluntad de “mi dios”. Dejada su suerte al “mi dios proveerá” que impide que juzguemos al alcalde, porque qué pesar, es un ser humano y se puede equivocar. Al popular “dejé así”, que nada va a pasar.

Y por otro lado, las redes sociales hirviendo de indignación, pero sobre todo de ideas y de ganas de hacer cosas. No se puede negar que algunas personas salieron a la calle a protestar, y que seguramente, muchos de los que se quedaron en casa, simpatizaron con los que decidieron decir que todo lo que pasó estaba mal.

¿Y entonces?, ¿Pasó algo o no pasó nada? Preguntas que no deberían responderse desde la distancia. Preguntas que se contestan en el quehacer cotidiano. En las ganas de seguir diciendo que las cosas están mal y que debemos cambiar o en la aceptación sumisa de una situación que no tenemos como cambiar.

Pero en el fondo hay rabia. ¿Cómo aprovechar esa rabia?, ¿Cómo volverla acción? Como dije anteriormente, las respuestas las dará el tiempo. Las respuestas las construirá la ciudad. Las forjarán los ciudadanos. Ojala esa rabia imaginada sea la de la transformación hacia una ciudadanía consciente de que de su actuación en los espacios públicos depende no sólo que no vuelva a ocurrir una crisis del agua, sino de que la ciudad puede gobernarse y vivirse diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario